Club
Conciertos
Badajoz

Cadenas asociativas de criaturitas inquietas

por | 28/01/2025 | Crónicas

Todo está en los vinilos, aunque esté demostrado que no es el formato con mejores frecuencias. Existen incluso profesionales del sonido que no los saben poner. A veces, al igual que las personas, hasta se rayan. Pero también es cierto que el vinilo implica un ritual que enriquece la música, la atmósfera y las personas que se sitúan ahí.

Dos agradables horas que —comenzaron con la presentación monólogo de Morales y terminaron con Avendaño interpretando el tan icónico como emocional Keep me in your heart for a while de Warren Zevon—, pasaron mucho más rápido de lo que cualquiera imaginara, desde luego así fue para las algo más de cien personas que ocupaban los noventa asientos o se dispersaban en pie.

El sitio no podía ser otro que el prolífero salón actos de Montesinos n.º 22. Ahí estaban sentadas en la mesa los protagonistas, la mañana de un sábado de enero que amaneció lluvioso y rodó a 66 revoluciones por minuto.

Al finalizar quedó el cielo despejado como las explicaciones de los maestros que sabían que los vinilos o nunca murieron del todo o habrían de resucitar, aunque tardando más de tres días.

He aquí la alineación titular:

El vigués más pacense del mundo, Óscar Avendaño. Decir que es el padrino del Club Conciertos Badajoz se queda corto. Y la Fundación CB, que ya lo pudo disfrutar con la primera edición de los Libros Sonoros. Esta vez Óscar defendía un doble registro: escritor de su primera novela (nunca es tarde…) y además se encargaría de ponerle música al acto interpretando unos cuantos temas en acústico, obviamente relacionados con la novela.

A la mesa con Óscar Avendaño se sentaba Fernando M. Monzú, criaturita que también puede valer por dos. Escritor, ante todo, pero la silla la había ganado más como lector y, especialmente, por ser socio fundador del Club Conciertos Badajoz, Fer. Con sus irreverentes y certeras alusiones a Loquillo y a Queen, con su propia biblioteca musical escondida bajo una melenaza de avestruz y calamar, disparaba y recargaba a lo Eastwood diciendo aquello de «¿quién es el dueño de esta pocilga?».

Y Diego R.J., referente de la radio estatal, director y presentador del programa radiofónico de Radio 3: El Sótano. Considerado por los amantes del rock and roll el mejor programa de radio en antena. Nada más escuchar el temazo que abre todos sus programazos —y saber que está hecho literalmente para eso—, hace que todo pase de merecer la pena a ser una tremenda gozada. Toda una eminencia, a la altura del autor y de la novela.

Óscar y Diego recordaban a Pippen y Jordan metiendo puntos sin piedad y, si en algún momento se atascaban, estaba Fer Denis Rodman que salía para descolocar defensas zonales férreas y, aunque sus números fueran 5 faltas, 4 puntos y 2 rebotes en 17 minutos en cancha, el balance de su equipo en ese espacio de tiempo era +21, había roto el partido y solo se habían dado cuenta los que leen las estadísticas de otra manera, esos que también saben darle la vuelta al vinilo.

La alineación, el campo y la afición apuntaban a una presentación diferente y así fue. El formato de Libros Sonoros ya lo es en sí, pero también en la parte de contenidos consigue diferenciarse de cualquier presentación al uso que se precie.

Diego R.J. insistía en que la novela es la vida de cualquiera de nosotros y no podía estar más acertado. No estamos hablando de un libro de música plagado de fechas, especificaciones técnicas y mil notas a pie de página. Lo ameno de la novela no cabe en estas líneas, sino en las suyas. Y más allá del formato vinilo, porque el libro habla sobre cómo la música es algo colectivo y compartido por excelencia. En él se identifican a nuestros mentores, a ese grupo en el que están hermanos mayores, o amigos, o cuenta como dueños de bares te decían «¿te mola esto?», pues escúchate esto otro y si con suerte te lo grababan en una TDK de 60” (que las de 90 decían que hacían sufrir a los reproductores de casettes).

Imagina ahora conseguir ser músico, tener tus grupos, mezclar tus amigos con tus compañeros de grupos y a veces inclusos tus referentes contigo mismo, en un escenario. Todo eso y más ha hecho Avendaño.

También tuvo Diego R.J. otros aciertos de manual, pasando de argumentos sólidos, bien razonados y mejor expuestos, a citas de los Simpson perfectamente engarzadas. Cuando señala que Vigo debió molar mucho en la época que nos narra Óscar, éste lo reconoce y lo amplía, pero con finura apunta que, incluso, podría extrapolarse a casi cualquier ciudad.

Porque eso es Lo tengo en vinilo: un alegato universal del amor por la música y la facilidad de seguir haciendo crecer ese arte. Cómo buscar un disco, o encontrarlo sin buscarlo o, incluso, buscarlo y no encontrarlo. De esto también habla Avendaño en su obra.

La relación que establece entre los amores de ciertas épocas y su amor por la música queda reflejado cuando afirma el gallego que «tengo muchos grupos favoritos, o que lo han sido en algún tiempo y ahora no, pero mañana podría ser, quién sabe». Más gallego y viene en barco.

El engancharse o encoñarse con cualquier grupo se producía por la misma razón que pasa con personas. Y avanza el tiempo y la cosa cambia. Usa la nostalgia como algo positivo y nada ortodoxo, lo que le permite pasar de lo brutal a lo emocional, todo aderezado de un simple costumbrismo ante el cual uno no deja de asombrarse conforme sigue hablando.

Y por si queda alguna duda, se levanta, toca algún tema y vuelve a cambiar el clima. Como cambian las atmósferas de las habitaciones donde pones cierto álbum en el plato, con cierta persona, en cierto momento… es la genialidad de la sencillez y lo directo.

Cabe destacar que Óscar es, ante todo, un auténtico coyote (coiote) del rock and roll. La manera que tiene de buscar obras musicales a través de todos los sentidos es abrumadora.

Te habla de cómo pilló algún álbum porque le gustaba la portada (porque mostraba ciertas guitarras que señalaban certeramente un camino concreto), porque era un grupo recién descubierto, por descubrir u olvidado en los rincones de esa colmena musical que tiene por mente. A veces era por algún participante en concreto, y bien podía ser un productor, un técnico, un letrista, un colaborador… o por una edición concreta. Pero tampoco es un completista obsesionado, o al menos vio algunos indicios de ello hace tiempo y supo frenarlos. Porque este tío aprende cada día lo que otros en un mes.

Igual de analítico y disfrutón es con las pelis o referencias a la cultura en general: pilla una canción en créditos de malas pelis y consigue sacar de ahí una perla como si la hubiera pulido grano a grano y no; la perla estaba ahí, la oreja (y la mente) es lo que había que poner.

Y su apuesta por la humildad es absoluta, valga la contradicción. Si Guillermo de Ockham afirmó que «en igualdad de condiciones, la respuesta más sencilla tiene más probabilidades de ser la correcta». La Navaja de Óscar sentencia que «si están a la par, prefiero el que tiene humildad». Llega a afirmarlo literalmente con grandes ejemplos en su libro y, joder, no puede haber nadie más opuesto a cualquier gilipollas que se vanagloria de, qué sé yo, gobernar una ciudad con un alumbrado navideño desde septiembre hasta mayo.

Óscar es tan currante y denodado en lo suyo que, cuando te cuenta cómo consiguió un álbum, se fue a su sitio, lo puso, lo escuchó y lo estudió; entiendes que este tío se lo curra, mucho y muy bien. Pura pasión.

No creo que sea algo totalmente intencionado y consciente en el libro, pero la manera que tiene de “perdonarse” a sí mismo o a otros cuando habla de que, tras el paso de muchos años, se reencuentra con un vinilo que le dio mucha caña (o que no le dio casi nada). Vuelve a transformarse y a aprender algo nuevo, sigue y sigue evolucionando. Discos que eran auténticas hostias como panes, que se relegan y que, al paso de años por a saber qué razón, vuelven y te dibujan la sonrisa del recuerdo amable y positivo. O que los deja definitivamente en el cajón pero, piensa con sorna, «algo serio no, pero un último revolcón tampoco te diría que no». Como para no relacionarlo con ese proceso tan pendular que es crecer, enamorarse y desenamorarse.

Se siente casi culpable (aquí un exceso de humildad otra vez), por mentar y meter a Siniestro Total en el libro. Coño, Óscar, que son más de 20 años, más de la mitad de la vida de la banda, haz caso a Julián Hernández en el prólogo y déjanos disfrutar de esas cadenas asociativas que han ido formando tu vida, en especial con la música.

Para ir terminando, Lo tengo en vinilo realiza un homenaje a la derrota o lo que se entiende mayormente por ella. Cuando habla de cosas que no fueron también está hablando de algunas que sí fueron después. La parte que dedica al desconocido grupo —fuera de Galicia—, Los Contentos, es una maravilla que demuestra el afán del autor por lo auténtico y lo poco conocido, que no fue. Ha sido capaz, o se vio obligado más bien, de esperar años para realizar un disco homenaje cuyos intentos de hacer en el momento, son, a la vez tristes y casi cómicos. Pero ahí lo sacó. Algunos van ensuciando su vida a ritmo de rock and roll, pero otros la van puliendo, de manera honesta y trabajada, y cada día que pasa brillan mucho más. Son estrellas azules.

Y gracias a artistas como él también salen asociaciones, clubs y fundaciones que apuestan por un formato más bizarro (en la primera acepción del diccionario) y curioso que el propio vinilo: presentación de un libro con el mejor periodista radiofónico del momento, que habla sobre vinilos, la música, la vida y el amor, cuyo escritor te toca unos cuantos temas en medio, aderezado por Fer Rodman y presentado por Morales, que ya está tardando en escribir su libro, porque sencillamente necesitamos seguir disfrutando y aprendiendo de/con él.

Si la música es compartir para medrar, este formato y a quienes engloban están demostrando ya una capacidad de constante evolución que permiten marcar Badajoz en el mapa de una manera diferente.